Hijos del Desierto
Palmira OYANGUREN
Días antes de la muerte de Koldo Urdangarin, su hermano Juan le prometió plasmar en un libro su historia. Y así lo hizo. El porqué... juzgue usted mismo: corría el año 1952 cuando Koldo disfrazado de pescador y cargando un remo sobre sus hombros, eludía la cruenta dictadura de Franco, cruzaba fronteras y llegaba luego de mil peripecias al lugar más árido del mundo: el Desierto de Atacama.
Mi Hermano Koldo de Juan M. Urdangarin. “A los sones de la solemne melodía vasca Agur Jaunak; envuelto todo el ambiente con las varoniles y sentidas voces del Coro de Euzko Etxea, sacamos lentamente por el frío mármol de la Iglesia el ataúd con el cuerpo inerte de mi hermano Koldobika”. Así comienza el libro Mi Hermano Koldo de Juan M. Urdangarin Abalabide (1931). A los pocos días de salir de la imprenta, la promesa ahora hecha realidad nos permite develar la vida de estos hermanos y amigos que compartieron innumerables aventuras.
La historia comienza en 1906 cuando los primeros Urdangarin pisan suelo chileno en el norte, en el desierto. Desde esa fecha, el destino de la familia será un continuo ir y venir. Si bien Juan nace en Hernani, las circunstancias lo traerían a América. La muerte prematura de su padre, unido a los desastres de la guerra, precipitarían los hechos “la amatxo tomó la decisión de regresar a Chile, sabía que en América había más posibilidades de progresar. Dejó dinero para el hermano mayor, Koldo, que ya estaba en la universidad estudiando medicina, me tomó a mí y a mi otro hermano, Ernesto, y nos embarcamos con destino a Chile”, señala Juan.
¿Cómo fue la llegada a un país extraño y más aún a un lugar tan inhóspito como el Desierto de Atacama?
Fue un choque tremendo, al principio lágrimas y dolor. Llegué directamente de San Sebastián al desierto y de allí a un campamento minero en la cordillera. Es como pasar del cielo al infierno. Pero poco a poco te das cuenta de que tienes que luchar, que tienes que hacer algo, no te puedes quedar todo el día llorando... Además, somos vascos, somos fuertes.
Comencé a tomarle el gusto a los paseos por la cordillera. Encontraba rocas de color, rojo, verde. No tenía idea de cobre ni de nada, pero me fui interiorizando, me compré unos libros de geología y empecé a reconocer el manganeso, el oro, la plata. Creo que este gusto estaba dentro de mí y sólo lo desperté. Una vez que empecé a recorrer el desierto buscando vetas y buscando mantos de diferentes colores, me enamoré.
Desierto es ensoñación; invita a entrecerrar los ojos y con los del alma, seguir la línea difusa del horizonte lejano, tratando de encontrar vida en el vuelo tímido de algún pajarillo o en el rasante de algún ave rapaz atrapando alguna lagartija, o en el manso andar de alguna solitaria vicuña, que fue expulsada por el relincho de su piño, y deambula por el desierto rumiando su triste destino; todo eso y mucho más, ven los ojos de los baquianos que conocemos y amamos el desierto; con razón decía Koldo cuando se refería al clan Urdangarin: “somos hijos del desierto”.
En 1949 Ernesto y Juan se unen al negocio familiar de la llareta (hongo resinoso combustible). Para ello, se trasladaron a Cebollar, en plena cordillera y sobre los 3.300 metros de altura. Luego, pasado los años, explotarían su propia mina de azufre y después instalarían una planta de azufre micronizado.
¿Y la gente del desierto?
Tuve excelentes relaciones con la gente del desierto y de la cordillera. Yo era uno más. Trabajaba con las etnias de la precordillera, pues no todos soportan los 3.500 ó 5.000 metros de altura. Los bolivianos trabajaban hasta el día de la fiesta de su pueblo, ¡mira qué parecidos a los vascos! Unos días antes me decían “patrón me voy a mi pueblo, págame”. Y partían por la cordillera días y días cargando víveres hasta su casa. Después del festejo, volvían a trabajar.
Los vascos somos solitarios igual que el hombre del desierto. El minero, en particular, es igual que nosotros: reservado, de pocas palabras. El vasco es un lobo solitario, estoy convencido de eso.
En el libro relatas también un viaje que hicieron, ya de mayores, a la Antártica. ¿Por qué siempre los extremos?
Me gusta la aventura. ¡Uf! en mi juventud era muy atrevido, muy osado. El año 53 subimos al Licancabur (5.916 m) con un pantalón, una camisa, zapatos y sombrero para el sol, nada más. Luego de alrededor de 8 horas llegamos a la cumbre sin oxígeno, sin campamentos, nada.
En la Antártica, la idea de sentir que estás en un lugar donde muy pocos han llegado -y quizás el primer vasco que ha estado allí- son cosas que llenan el espíritu.
“Si has visto la luminosidad de su horizonte infinito.
Y escuchado la melodía de sus hielos eternos.
Si has visto témpanos a la deriva, escapando del abrazo
milenario de los glaciares, buscando su destino en el vasto océano.
Retén entonces en tus pupilas toda su belleza y recuerda su eco.
Porque has visto lo sublime y conocido la libertad”.
Mi Hermano Koldo (2007), Juan Urdangarin.
Koldo quiso hacer un último viaje al “txoko” para despedirse “como Dios manda”. ¿Cómo es volver a Euskadi?
Años atrás cuando íbamos estaban los tíos, la madre, primos... hoy todos muertos.
Ahora cuando pasas un mes allá, llegas a tu txoko, a tu pueblo, ves a los amigos de la infancia, del colegio, pero cada uno tiene sus obligaciones y te quedas un poco solo. Te sientes un poco extranjero, porque no tienes las cosas vinculantes del día a día.
Te llama la segunda patria, tu entorno, tu trabajo, la familia. Tu ambiente ya está en Chile y tienes la necesidad de volver.
¿Qué sientes ahora que el libro está terminado?
Una sensación de paz... misión cumplida.
Juan Urdangarin termina su libro en la cordillera. “Ahí nos pidió Koldo que esparciéramos sus cenizas; parte quedó en aquella roca con la leyenda que tan bien recordaba él, y otra parte se la llevó el viento cordillerano hasta las altas cumbres de los cerros... entre las nubes las divisamos tomando la forma de águila que después de revolotear sobre sus cimas, planeó suavemente hasta posarse en su regazo y así poder cumplir a cabalidad la promesa hecha a su Amalur de sangre y a la Pachamama de vida: ‘Tú me diste todo, madre tierra, ahora yo me doy a ti. Me voy en paz’”.
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