Margot Duhalde: Confesiones de una aviadora
Palmira Oyanguren M.
Como mitad indio y mitad vasco describe su carácter fuerte y decidido esta mujer que durante la Segunda Guerra Mundial surcó los cielos de Europa en más de cien tipos de aviones. Hoy a sus 82 años escudriña en su pasado sin dejar entrever el más mínimo sentimiento de nostalgia.
Cuando murió mi abuelo, quien era originario de Lohussoa, yo tendría unos nueve años. Era un vasco imponente que usaba unos tremendos bigotes y le gustaba hacer de sus relatos canciones. En Río Bueno, localidad donde nací, durante los años 30 los dueños de fundo tenían como costumbre, ocultándose en la oscuridad de la noche, correr los cercos que delimitaban las tierras. Y, además, bajo una impunidad descarada aprovechaban tan buena ocasión para llevarse algún animal de trofeo. Mi abuelo, quien tenía como vecino a un fiel practicante de esta antigua tradición, montaba su caballo y frente a la casa de aquel ladronzuelo, entonando bellas melodías, le decía alguna que otra verdad.
Fui criada en una familia sumamente tradicional. Mi padre era agricultor, un hombre de esfuerzo que debía mantener a una familia muy numerosa. La imagen que tengo de mamá grabada en la mente, es la de ella esperando a un hijo o dando de mamar a un bebé. Tuvo 12 retoños. Yo fui criada para seguir su mismo destino, sin embargo, mi devoción por volar y mis fuertes aires de independencia dispusieron lo contrario.
Los aviones que hacían el correo para la Línea Aérea Nacional volaban justo por encima de nuestras tierras. Comencé a obsesionarme por aquellas pequeñas sombras que pasaban sobre mí y que dejaban en mis oídos, como un eco, el singular ronroneo de sus pequeños motores. Quería verlos más de cerca. ¿Cómo? Me subía al techo de la antigua casona apañada de un par de anteojos larga vista regalado por mis padres; pensando ellos, claro, que era sólo simple curiosidad.
Finalmente ocurrió. Un avión cayó muy cerca de la casa en medio de un potrero debido a una emergencia; cuando me acerqué y lo pude tocar supe inmediatamente que quería ser aviadora. Por supuesto que todos pensaban que estaba loca, pero se me metió en la cabeza ser piloto y no hubo nada ni nadie que me lo impidiera.
Del colegio a la guerra
Durante la temporada escolar se trasladaba toda la prole a la casa de Santiago para que nosotros pudiéramos ir al colegio. Ya por esos años me puse firme con mi vocación y pedí la autorización de mis padres; no me la dieron hasta que cumplí los 16. Tengo que confesar que era la "regalona", lo que me facilitó mucho el camino.
Empecé a volar en el Club Aéreo de Chile. En ese entonces los instructores eran de la Fuerza Aérea y había muy pocos. La verdad es que me costó mucho encontrar a alguien que quisiera enseñarle a volar a una mujer, joven y medio campesina.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial yo ya era piloto civil. Sentí que debía ayudar en algo y sin dudarlo me presenté como voluntaria, primero en el consulado francés y luego al llamado de Charles De Gaulle para formar parte de su ejército libre.
Como era menor de edad tuve que inventar una pequeña historia para que me dejaran partir: "Me voy a Canadá como instructora", dije. Como mis padres no entendían nada de aviones, jamás se imaginaron que era imposible que con mi corta experiencia fuera instructora de vuelo. Aceptaron y comenzó mi aventura.
Zarpé desde el puerto de Valparaíso junto a otras trece personas. Una francesa que era enfermera, algunos chilenos y dos vascos jóvenes, muy buenos mozos, Juan Cotano y un tal Ibarra. Con los dos últimos me hice muy amiga. Como yo era bien inútil y no sabía hacer ninguna labor de tipo doméstica, ellos me planchaban, me lavaban la ropa… cariñosamente me pusieron el sobrenombre de "taruga".
Cuando llegamos a Londres me llevaron prisionera durante 5 días mientras investigaban mis antecedentes. Me acuerdo que llovía todo el tiempo, era el mes de mayo. Frente a la ventana de mi celda, sumamente aburrida, me maldecía por haber querido ser partícipe de aquella lejana guerra.
Aventuras y desventuras
La verdad es que los franceses del comité no sabían qué hacer conmigo. Confundieron mi nombre con el de Marcel, es decir, pensaron que era un hombre. Y como ellos no usaban pilotos mujeres, mi mala fortuna continuó. Tres largos meses pasaron, hasta que a alguien se le ocurrió la fantástica idea de mandarme a un pueblo para cumplir la aburridísima labor de ayudar a una francesa que tenía una casa de reposo para pilotos. Mientras desempeñaba mis tareas de empleada doméstica, recibí una carta de un subteniente francés. En ella me contaba que él había vivido en el sur de Chile y que me conocía por las publicaciones de los diarios cuando me recibí de piloto. "No pierdas el tiempo con los franceses, jamás vas a volar un avión de ellos", me dijo. Así que me arreglé para poder formar parte de la Air Transport Auxilary donde ocupaban mujeres para el transporte de aviones. Con mi carta de recomendación bajo el brazo y acompañada de otro piloto chileno, me presenté a los ingleses, y a señas nos hicimos entender. Inmediatamente nos chequearon en el aeródromo en un avión muy parecido al que yo solía volar.
Fue muy difícil. No dominaba el idioma por lo que todo se me hizo cuesta arriba. Logré que no me echaran y que me dieran el puesto de mecánico mientas aprendía los términos técnicos. Una vez superada esta prueba, me di el gusto de volar más de cien tipos de aviones, tanto cazas como bombarderos, y transporté más de mil. Tuvimos un entrenamiento bastante duro y el trabajo era riesgoso, porque no contábamos con la ayuda de la navegación, no volábamos con instrumental y teníamos que hacerlo con tiempos climáticos adversos.
Finalizada la guerra, permanecí en Inglaterra, pero trabajando para la Fuerza Aérea Francesa en una escuadrilla Spit Fire. Después me destinaron a África, en Marruecos; hice un curso de planeadores en Francia y fui en comisión a Sudamérica como oficial francés.
Terminado este recorrido volví a Chile. Aquí trabajé como piloto de una firma privada y luego en una compañía aérea chilena de pasajeros, en pequeños aviones bimotores. Después de esto fui a la Fuerza Aérea para desempeñarme como controlador de tránsito aéreo. Paralelamente hacía instrucción de vuelo en los clubes aéreos nacionales. Jubilé hace un año, más bien re jubilé, a los 81… y sigo volando en un Piper Dakota.
Amores y desamores
Casi como un experimento me casé; y no sólo una, sino tres veces. Para mis parejas fue muy difícil entenderme. Durante mis instrucciones de vuelo hubo veces en las que tuve que despegar de un minuto a otro, sin avisar, y en ocasiones no volvía a mi casa sino hasta el día siguiente. Por este motivo, además del machismo propio del chileno, mis relaciones no duraron más de tres años. De mi segunda experiencia fallida nació mi único hijo, el que prácticamente fue criado por la empleada de la casa. Con mis dos nietos también soy un desastre, además de vernos muy poco, porque ellos viven fuera de Santiago, es tanta la diferencia generacional que, la verdad, no nos entendemos mucho.
Hoy vivo en mi departamento acompañada por mi perra Maite, que es tan vieja como yo, y por mi joven gato. Cada vez que puedo me arranco y voy a la tierra de mis antepasados Lohussoa; o a Baiona donde todavía tengo familia con la que mantengo excelentes relaciones.
Margot Duhalde a sus 82 años sigue haciendo noticia en nuestro país. La Fuerza Aérea de Chile la homenajeó, en el marco del día Internacional de la Mujer, por ser la primera piloto de combate del país. En la ceremonia estuvieron presentes los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, la ministra de Defensa y la ministra del Servicio Nacional de la Mujer. "No hay diferencia de vuelo entre un hombre y una mujer. Por el contrario, una mujer es más suave para manejar los equipos", señaló en la ocasión.
Además será editado próximamente, por dicha institución, un libro que relata las vivencias de Margot, como la mujer de mayor trayectoria en la historia de la aviación chilena.
Cabe destacar que durante el año 2002 partió a Francia en donde también fue homenajeada por su trabajo en la Fuerza Aérea Libre durante la II Guerra Mundial. En la invitación, firmada por el presidente galo, Jacques Chirac, le anunciaron que su unidad sería desmovilizada.
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